VUELTA POR EL UNIVERSO

Pasar por las orillas de la inmensidad sin nada que decir es negarnos que vinimos por algo.


Sí. ¿O alguno de ustedes conoce algún huevón que no mienta? (Y por favor no mientan).
Lo lógico y poco novedoso es que mentimos como cualquier parroquiano. Pero obviamente intentamos no hacerlo mientras trabajamos. Aunque claro, no puedo dar fe de mis colegas de El Mercurio (y todos sus hijos), La Tercera (y los suyos), Mega (y sus demonios), algunos de la Red y Canal 13(y sus santurrones).
El problema está en que el periodismo no es ciencia y a veces se pretende que lo sea.
Error. Sólo se pide ser cara de raja con los datos, nada más.(Estoy hablando de periodismo informativo)
Por eso, si no fuera porque tengo que pagar mis cuentas, preferiría dedicarme a la música (y eso que soy un muy buen periodista y no tan buen músico).
Se dan por pagados? se entiende el concepto?
Bien.


A propósito del mundial del fútbol Alemania 2006, quisiera hacer un comentario acerca de los personajes que toman parte de una u otra selección, apelando a su ascendencia.
Española, alemana, italiana, portuguesa o cualquier otra nacionalidad, aflora como hongos después de la lluvia en este denso bosque de pseudoaristocracias que pretendemos ser.
Claro, de alguna manera no tiene nada de malo, en tanto se entienda que las ascendencias que poseemos la mayoría de los sudamericanos, y sobre todo los sudchilenos, son un aporte a nuestras respectivas culturas.
Acá me voy a remitir a hacer una comparación con los mismos alemanes. Y lo haré por dos motivos; uno es porque el mundial nos trae imágenes frescas de este país (lo que nos sirve para hacernos una idea gráfica de su cultura) y dos, porque yo mismo tengo ascendencia alemana en tercera generación, lo que según las leyes alemanas me alcanza para decir que algo de ellos tengo (aunque no lo parezca).
Los alemanes son una cultura bastante especial, eso no lo voy descubrir yo. Suelen ser muy metódicos en sus formas de trabajar y poco autocomplacientes.
Nosotros después de la guerra civil de 1891, jamás volvimos a ser siquiera lo que habíamos sido en términos económicos ni militares en el mundo hasta hoy día. Y aunque varias veces pasamos por conlfictos internos, con muchas muertes y pérdidas culturales y económicas, parece que no aprendimos nada. Siempre nos satisfizo el que desde otros lugares de la paupérrima latinoamérica nos tacharan como un país "ejemplar". Es decir, nosotros sí somos autocomplacientes.
Los germanos pasaron por muchas guerras terribles, hasta que fueron invadidos y repartidos por las otras potencias mundiales. Tuvieron que aprender de sus errores y, aún hoy, agachan la cabeza cuando se les recuerda la atrocidades que se cometieron bajo el régimen Nazi.
Acá en Chile esa actitud se vió en algunos sólo cuando se supo de las cuentas secretas de Pinochet (importa más el dinero).
Y es que la cultura germánica fue desde siempre muy estricta con sus convenciones sociales. Ellos sabían que la base del éxito es el trabajo duro y en equipo, pero bien hecho.
La pregunta que surge ahora es: los que dicen ser alemanes o italianos y gritan los goles de la selección germana o la tana como si fueran los de nuestra selección chilena ¿tienen realmente esas cualidades típicas de Deutschland? (a los italianos me cuesta encontrarles una bondad, salvo su herencia artística) o ¿sólo alcanza para acomodar de mejor manera sus apellidos en los currícula y para formar guetos sociales que les permitan tener posiciones de poder e influencia en nuestra sociedad? ¿cuánto aportamos de nuestra supuesta condición de alemanes sudamericanos a nuestro desdeñado Chile?
Mientras hacemos la pequeña reflexión les dejo una foto que encontré en un libro que perteneció a mi bisabuelo, Hans Hube Schultz, donde aparece el estadio de Berlín, construido para los juegos olímpicos de 1936 en la citada ciudad y que hoy, tras una remodelación espectacular, es sede del mundial de fútbol.


No quiero religiones, aunque me gustan sus rituales. Aquellos húmedos y lesivos, esas locuras frente al oleaje nocturno.
Esa imagen no deja de rondarme.
Con sinceridad puedo pedir sólo una parte y empujarnos a conocer más de nosotros en el fuego. Pero no quiero religiones. Eso me atormenta y me reprime. Sólo quiero conocer mis hedonismos, entender la ausencia de límites.
Quizá es eso lo que no entendí antes, talvez no me atreví a aceptarlo.
Pero por favor no quiero religiones.

Caigo como la hoja verde que soy, caigo una y mil veces
para crear la capa que se acerca en el suelo.
Desde el cielo entibia ese ser mágico que muestra y esconde,
por las noches me convence la luna.
El viento de porfiada escencia me levanta una vez más,
vuelo y sueño y me dejo llevar por las palabras más bellas,
la música está de mi lado ahora.
Desde el centro la vida se muestra cruda y genial,
todo danza en mi conciencia.
La caida es suave de nuevo, no me preocupa encontrarme
al despertar, ni olvidarme de morir.
Todo es más vida desde que el invierno se fue.
Desde los bordes todo se ve tan frágil,
los encuentros de los árboles ya no son tan ocultos a mi espectación.

Te veo pasado feroz y mágico, y no me consuelo con estar tan lejos de tu regazo. Y mi determinación va creciendo impetuosa... tengo entre ceja y ceja tu imperio y sus piedras suaves y perfectas.

Feroz y mágico, feroz y mágico.
Los sueños me llenan de imágenes desconocidas, tremendas, absolutas. Las ansias me envuelven con el verde intenso y el blanco de la cordillera protectora. Y así se mezclan los sonidos de las almas que aún han de rondar esos sitios verdaderos.
La libertad, feroz y mágica, todavía se pasea por esos rincones pisoteados por el águila después y la espada primero.
Quiero reconocer el mundo real de los tristes esclavos de hoy día. Quiero acercarme al sol.
Sol feroz y mágico.

La trompeta suena tan desconsolada que podría oírla toda la vida, sentado en mi soledad inerte. El piano me conduce a una frenética decepción y ni siquiera alcanzo a pensar una languidez decorosa. ¡Que bellas suenan las tristes melodías esta noche!
Alguna vez quise alcanzar un rincón del cuarto sobre mis dos pies helados. Y pude haberlo hecho sin caer muerto por la pena de la pena. Prometo que pude haberlo hecho.
En vez de eso, preferí mirar de lejos la cúspide de la más alta montaña y soñar que la alcanzaba en espléndido pragmatismo y voraz retórica. Eso nunca podría haberlo hecho, ni en mis más recónditos sueños. Pero cuando lo hice deseé haber elegido lo factible, lo lógico. En ello tendría los más dulces postres con mermeladas y aromas tan de mis días.
En la montaña me sentí inmensamente vacío y decepcionado y ofrecí retractos al tiempo, pero ya era demasiado presente y siempre lo sería, aunque pidiera el futuro o el pretérito. Todo tiempo se había agotado para mi noble elección.
Y me sentí tan humano.
-“No quieras parecerte al ave cuando aún no tienes plumas” - me dijo el aire resoplando de orgullo lujurioso.
-“¿Qué más puedo hacer entonces?”- dije con enojo.
El vacío de esa tarde me estremeció y decidí volver al acto mediocre, al menos por unos cuántos presentes, hasta que el verdadero ahora se hiciera frente a mí.
Preferí tomar nota de lo que Miles Davis me decía desde su hoy tan enterrado, pero las manos aún se me anudaban, como hilos de humillaciones que recorren la sangre de estas tierras. Hacía mucho tiempo que la música había perdido el ritmo de mis dedos y yo, el interés por la vida. Todo se había hundido en la arena suelta de las elucubraciones extremas y hedonistas. Todo se había borrado, así la vieja pintura del acto rebelde en el muro de alguna calle perdida en las memorias de los inertes activos.
Me dejé morir una tarde al son de esa trompeta inquisidora, colgándome de las cuerdas del piano amargo. Lo hice hasta que la luna me tomó por cómplice, lo hice hasta que encontré la vida en el rincón opuesto de mi cuarto.
Salí de ahí con mi cara pálida y mis pies helados, preguntándome cuál sería la próxima nota en el acorde.

Son las notas y las notas. Son ellas mi consuelo, mi terapia.
Son las letras y los acordes. Son ellos mi pretexto diario, mi terapia.
Me llevan a algún lugar en el cité de los deleites. A un lugar escondido, prohibido.
Los aromas del letargo se hacen presente cada tarde. Me acompañan además, libros, cuerdas, inciensos y la imperturbable Kallfütray Üpi. A veces el sudor del recuerdo también llega a agitarme.
Sé que de alguna forma esto es un breve estar, antes de ser de otra condición.

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