Pude ver a Saba convertida en una luna maravillosa, posándose dulcemente sobre las aguas inquietas del mar del sur. La vi disfrutar con las caricias de las olas y pude sentir como cantaba al son de la marea, embriagada con su suavidad.
Esa noche, algo de la luz sensual de su cuerpo quedó plasmado en las profundidades, en el alma del océano.
Las mareas ya nunca serán lo mismo. Aunque se alejen en alguna noche tormentosa, los movimientos de la Diosa arrastrarán las ondulaciones de las impetuosas aguas. Ambos lo saben, ambos lo presienten.
Son delicuecentes encuentros, acordados por algún orden. Diría que todo estaba preparado, todo conjugaba.
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