VUELTA POR EL UNIVERSO

Pasar por las orillas de la inmensidad sin nada que decir es negarnos que vinimos por algo.


A propósito del mundial del fútbol Alemania 2006, quisiera hacer un comentario acerca de los personajes que toman parte de una u otra selección, apelando a su ascendencia.
Española, alemana, italiana, portuguesa o cualquier otra nacionalidad, aflora como hongos después de la lluvia en este denso bosque de pseudoaristocracias que pretendemos ser.
Claro, de alguna manera no tiene nada de malo, en tanto se entienda que las ascendencias que poseemos la mayoría de los sudamericanos, y sobre todo los sudchilenos, son un aporte a nuestras respectivas culturas.
Acá me voy a remitir a hacer una comparación con los mismos alemanes. Y lo haré por dos motivos; uno es porque el mundial nos trae imágenes frescas de este país (lo que nos sirve para hacernos una idea gráfica de su cultura) y dos, porque yo mismo tengo ascendencia alemana en tercera generación, lo que según las leyes alemanas me alcanza para decir que algo de ellos tengo (aunque no lo parezca).
Los alemanes son una cultura bastante especial, eso no lo voy descubrir yo. Suelen ser muy metódicos en sus formas de trabajar y poco autocomplacientes.
Nosotros después de la guerra civil de 1891, jamás volvimos a ser siquiera lo que habíamos sido en términos económicos ni militares en el mundo hasta hoy día. Y aunque varias veces pasamos por conlfictos internos, con muchas muertes y pérdidas culturales y económicas, parece que no aprendimos nada. Siempre nos satisfizo el que desde otros lugares de la paupérrima latinoamérica nos tacharan como un país "ejemplar". Es decir, nosotros sí somos autocomplacientes.
Los germanos pasaron por muchas guerras terribles, hasta que fueron invadidos y repartidos por las otras potencias mundiales. Tuvieron que aprender de sus errores y, aún hoy, agachan la cabeza cuando se les recuerda la atrocidades que se cometieron bajo el régimen Nazi.
Acá en Chile esa actitud se vió en algunos sólo cuando se supo de las cuentas secretas de Pinochet (importa más el dinero).
Y es que la cultura germánica fue desde siempre muy estricta con sus convenciones sociales. Ellos sabían que la base del éxito es el trabajo duro y en equipo, pero bien hecho.
La pregunta que surge ahora es: los que dicen ser alemanes o italianos y gritan los goles de la selección germana o la tana como si fueran los de nuestra selección chilena ¿tienen realmente esas cualidades típicas de Deutschland? (a los italianos me cuesta encontrarles una bondad, salvo su herencia artística) o ¿sólo alcanza para acomodar de mejor manera sus apellidos en los currícula y para formar guetos sociales que les permitan tener posiciones de poder e influencia en nuestra sociedad? ¿cuánto aportamos de nuestra supuesta condición de alemanes sudamericanos a nuestro desdeñado Chile?
Mientras hacemos la pequeña reflexión les dejo una foto que encontré en un libro que perteneció a mi bisabuelo, Hans Hube Schultz, donde aparece el estadio de Berlín, construido para los juegos olímpicos de 1936 en la citada ciudad y que hoy, tras una remodelación espectacular, es sede del mundial de fútbol.

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