VUELTA POR EL UNIVERSO

Pasar por las orillas de la inmensidad sin nada que decir es negarnos que vinimos por algo.


El verano pasado viajamos con mi Grette a Chiloé. Como siempre lo quise hacer, nos subimos a nuestro querido Peugeot 106 blanco 1.1 de 2004 y nos mandamos cambiar rumbo a la "Isla Grande". Y entre los cientos de lugares que recorrimos, estuvo Mechuque. Una pequeña isla aledaña en la que nos encontramos con un particular museo, el de Don Paulino.

En realidad se trata de una casona antigua, probablemente de más de cien años de viejedad y que aún está en pie gracias a lo noble de la madera nativa. En su interior nos encontramos con cuanto artefacto viejo se les ocurra, desde una piedra de moler hasta máquinas de coser de fierro y con el típico pedal tipo rejilla. Allí también nos encontramos con un hombre de unos cuarenta y tantos años. Era de esos tipos de los que uno no sabe si es joven y está deteriorado por tener una vida de mierda o si es viejo y parece más joven por llevar una vida austera. En fin, le preguntamos porqué el museo, porqué el nombre del museo, porqué él, porqué Dios, porqué esto y porqué esto otro. Nos contó que Paulino era el nombre de su padre, fallecido hace décadas, al igual que su mamá, y que el museo, aunque no sólo tenía cosas de sus padres, sino muchos objetos recolectados en otras partes de Chiloé, estaba ahí para homenajearlos.
Fue entonces cuando mi Grette, asertiva ella, le preguntó ¿y por qué el museo tiene el nombre de su padre y no el de su madre, o el de los dos?. Justo ahí el tipo, del que no recuerdo su nombre, se quebró y casi con cara de descolocado dijo- me duele lo que usted me pregunta, pero tiene razón, aunque no encuentro una explicación- y para evitar algún tipo de reacción inesperada, decidimos cambiar la conversación y salimos raudos del lugar. Obvio, un chilote apartado con crianza machista, pero con amor hacia su madre, se dio cuenta de algo que nadie le había refutado, probablemente.
En todo caso, fue algo bien pintoresco y recomendable. De allí me quedaron estas tres fotografías.


A mis manos llegó una semilla de Pitao, árbol autóctono y endémico de la Región del Bío Bío y decidí sembrarla en un recipiente hecho con el poto de una botella de 500 cc de agua mineral. Puse el improvisado macetero en mi escritorio y lo dejé ahí hace más de un mes.
La semilla germinó y el incipiente arbolito ahora se muestra con fuerza. Pero a su lado crecieron cuatro pequeños tallos verdes. Son tréboles y uno de ellos es de cuatro hojas. Suerte la mía.


Un año y algunos meses me ausenté de estos sitios y durante ese tiempo la vida me dio más razones para seguir en ella. Volví a mi blog con ansias de volcar una visión menos ingenua de las cosas. Pero no menos idealista. Sin embargo, no estuve tan pasivo. Todo este tiempo desembarqué palabras en otros blogs, dedicados a mi amada Grette, así es que aprovecho de traerlos al Vuelta por el universo. Saludos.


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