VUELTA POR EL UNIVERSO

Pasar por las orillas de la inmensidad sin nada que decir es negarnos que vinimos por algo.

Los monos saltaban de alegría y la jaula se estremecía. (La alegría era por el estremecimiento de la jaula).
Claro estaba que los (malditos) dueños de esa empresa no tenían la menor intención de darles un gramo más de frutas a esos ignominiosos energúmenos, que gozaban con asirse a los barrotes oxidados por tantos años de circo.
Mucha menos esperanza tenía la mirada del León. Ni siquiera capaz de gruñir cuando alguna persona desconocida se acercaba a su territorio (de apenas unos metros cuadrados) dentro de una porqueriza inmunda. Se sentía miserable y sin su gallardía de rey.
Sus ojos, en lágrimas espesas, sintonizaban cada milímetro del hediondo circo.
Violeta levantó su mochila y al llevarla al hombro derecho echó la última mirada al grotesco show. En ese instante un peliento y haraposo petiso entró a la jaula del León y, con un latigazo, hizo retroceder al felino. Sin razón, comenzó a dar consecutivos latigazos dirigidos a la cabeza del animal, mientras su mirada delataba una excitación enferma por la violencia. Uno de los latigazos llegó al ojo izquierdo del animal, haciéndolo reventar en sangre y provocando un dolor insoportable a Arturo. (Nombre de rey para el Felino). Se llevó las patas delanteras hacia la cara como queriendo arrancarse el sufrimiento e intentando comprender porqué hace tanto tiempo estaba encerrado en ese infierno. Eran ya ocho años.
Pero encontrar una respuesta no eran más que una ilusión tormentosa... Su ojo no sólo lloraba sangre, sino pena, pena de saber que todos los que veían su injusticia sólo movían la cabeza. Nada más humano, nada más animal en el hombre que aquello. Y violeta lo entendió cuando rompió el candado que encerraba a Arturo.

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